La voluntad de salvaguardar la historia, las tradiciones, la lengua y otros elementos constitutivos de la cultura local y comarcal fue compartida por numerosas instituciones y particulares, que vieron en el museo un símbolo de progreso. Entre las primeras había de tipo político, religioso, cultural, recreativo,
económico o deportivo. A todas las impulsaba el deseo de dejar constancia documental, sentimental o artística de los hechos u objetos destacables vinculados a la vida cotidiana. Si era necesario preservar la memoria de otros tiempos, también lo era hacerlo con el presente.

El Diorama

Los reputados escenógrafos Salvador Alarma i Tastàs y su discípulo Josep Mestres i Cabanes, autores de tantos decorados operísticos para el Gran Teatro del Liceu de Barcelona, inmortalizaron en 1932 este momento de la estancia de los pastores en los llanos de Anyella, avanzada ya la tarde, cuando el rebaño regresa al aprisco. Los habitantes de los valles podían acercarse así a un entorno montaraz, que solo hollaban en verano unos pocos hombres, e idealizado durante siglos. El diorama acabó convirtiéndose en uno de los elementos más conocidos y representativos del museo.

Nacimiento y vida del  museo

Durante la segunda década del siglo XX se formó aquí un núcleo de eruditos que sería conocido como el Grupo de folkloristes de Ripoll. Gracias a su entusiasmo y a su amor por la etnografía, consolidaron una labor de recopilación de objetos y de patrimonio intangible (canciones, costumbres, leyendas, refranes, adivinanzas, dichos populares…), que en 1929 culminó con la creación del Archivo Museo Folklórico de Ripoll. El impulsor del movimiento fue Rossend Serra i Pagès, y el fundador fue Tomàs Raguer i Fossas, secundados principalmente por Ramir Mirapeix i Pagès, Zenon Puig i Sala, monseñor Josep Raguer i Carbonell y Lluís Vaquer i Clapera. La actividad editorial de Daniel Maideu i Auguet, con publicaciones ripollesas como El Catllar o Scriptorium, fue un elemento propiciador, y el testimonio documental de Salvador Vilarrasa i Vall (autor de los libros La vida dels pastors y La vida a pagès), una consecuencia afortunada.

Agustí Casanova i Marquet fue el continuador de aquella iniciativa. En los años, Eudald Graells i Puig aplicó nuevos criterios al museo, revalorizando el trabajo de herrería en la comarca y las armas de fuego ripollesas, y dotándolo de la amplitud y el carácter que lo diferenciaba.