La transformación del hierro en productos metálicos, como por ejemplo aperos agrícolas y de otros oficios, armas, cerrajería o clavos, representa una parte esencial de la economía del Ripollès durante toda la época moderna y hasta el surgimiento de la sociedad industrial en el siglo XIX.

La comarca fue testigo del desarrollo de una minería del hierro, con yacimientos situados principalmente en el valle de Ribes, y también en Nyer y en Mentet, ya en el Conflent. Se construyen infraestructuras hidráulicas como canales, esclusas y albercas en las orillas de los ríos Ter, Freser, Rigat y Carboner, y en el torrente del Forn. Se convierten en carbón bosques enteros, para proporcionar a las fraguas el carbón vegetal, combustible necesario para transformar la mena (o mineral de hierro) en el masser, una masa pastosa que una vez compactada con las mazas se convierte en hierro. Gracias a estas materias primas y fuentes de energía funcionarán las fraguas, unos establecimientos dirigidos por los maestros herreros, profundos conocedores de los secretos del oficio, los cuales trabajarán con otros obreros, como el hornero, el fundidor, el tazador, el mallero, el tirador y el calentador. Además de éstos, el proceso de elaboración del hierro necesitará todavía otros especialistas, como los menerons —mineros entendidos en la explotación de los yacimientos de hierro—, los carboneros o los arrieros.

Martinete de fragua catalana

Desde la Edad Media hasta el siglo XIX, los países del Europa occidental —Francia, Inglaterra, Austria e Italia, entre otros—, conseguían el hierro usando el método siderúrgico conocido en todo el mundo como “procedimiento catalán” o “fragua catalana”. Los recursos naturales indispensables para su funcionamiento, es decir, el tipo (o mineral de hierro), la leña para hacer carbón (para los hornos) y el agua (empleada como fuerza motriz), se encontraban en abundancia en nuestra comarca donde, hasta el siglo XVIII, hay documentadas más de una veintena de fraguas. El martinete se empleaba en la antigua fragua catalana para compactar el masser, limpiarlo de escorias y forjarlo. Era un artefacto de dimensiones tan considerables que para su funcionamiento necesitaba energía hidráulica. Consistía esencialmente en un martillo que funcionaba cuando se aplicaba una fuerza al extremo posterior del mango, de forma que se hacía palanca, se levantaba y luego se dejaba caer el extremo delantero, donde estaba el mazo, sobre el masser colocado sobre un yunque.

El herrero

Las fraguas proporcionaban barras de hierro de perfiles adecuados, llamadas vergelinas, que se encandecían, se cortaban, se batían y se les daba forma en los pequeños talleres de los chapuceros (herreros que hacen clavos), donde se hallaba, a diferencia de las herrerías, el zoco, un tronco de madera en el cual se fijaban las piezas necesarias para dar forma a los clavos. Estos obradores, también denominados «tiendas», elaboraban casi cien clases, de diferentes medidas y tipos, que satisfacían la demanda de carpinteros, maestros de azuela y otros oficios. Cada uno producía unas 60.000 unidades mensuales.

En el siglo XVIII, la época de más esplendor en el trabajo del hierro en esta comarca, Ripoll contaba con un centenar de establecimientos que manufacturaban facturaban clavos, y más de ciento cincuenta personas vivían de esta ocupación. Cuadrillas de arrieros los hacían llegar a los puertos de Barcelona, Canet y Tossa, y también se distribuía al mercado de toda Cataluña, Aragón, Valencia, Murcia, Castilla y Andalucía; incluso se exportaban a Cuba. La importancia de esta industria propició que a partir del siglo XVII los chapuceros se reunieran en un gremio particular, regido por unas normas estrictas, según las cuales, por ejemplo, sólo se podía lograr la condición de maestro chapucero herrero y tener taller propio después de un aprendizaje de cuatro años y de haber superado un examen de los pavordes de la cofradía.

El hierro forjado

El hierro forjado era una materia indispensable en la sociedad preindustrial. El herrero elaboraba las herramientas agrícolas —arados, azadas, guadañas, volantes…— y las de los oficios, como martillos, limas, sierras, hachas o picos, además de herraduras y elementos para carretas, molinos o batanes. En los talleres de herreros y cerrajeros se fabricaban barandillas, cerraduras, llaves, rejas, tostadores, parrillas, llares, trampas, puertas forjadas…, con gran variedad de formas y de motivos decorativos, con los cuales los artífices exhibían su dominio del material y sus habilidades artísticas.

La fragua de cobre

Las fraguas de hierro desaparecieron en el siglo XIX con la llegada de la industrialización, y sólo se mantuvieron activas aquellas que se reconvirtieron para trabajar el cobre, como es el caso de las fraguas Palau y del Sant, en Ripoll. Estos establecimientos continuaron en funcionamiento aprovechando los conocimientos técnicos de los fraguadores que trabajaban en ellos, puesto que las modificaciones en las instalaciones fueron mínimas, y sólo eran visibles en los mazos de los martinetes, más estrechos que los que se usaban para golpear el hierro. En el Ripollès no existía una minería del cobre como antiguamente había sucedido con la del hierro; aun así, se trataba de un trabajo que seguía requiriendo el suministro de carbón para los hornos, y la energía hidráulica para accionar los martinetes y para obtener el aire que tenía que avivar el fuego del horno. De este modo se mantuvo, en buena medida, el sistema tradicional que caracterizaba las antiguas fraguas de hierro.